martes, 6 de febrero de 2007

Siete domingos rojos (1932)


Un anarquista de 'Espartaco'

Ramón J. Sender era, a comienzos de la Segunda República, un anarquista del grupo Espartaco y corresponsal en Madrid del periódico de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) de Cataluña Solidaridad obrera. Formaba parte, para ser más precisos, de ese núcleo notable de periodistas, escritores y aficionados a la escritura que ponían su pluma al servicio de la revolución. Tenían una fe inquebrantable en el poder revolucionario de la cultura, y de ahí los tremendos esfuerzos que la hacían por redimir al pueblo de la ignorancia, causa, según ellos, de la opresión y de la desigualdad. Manifestaban su radicalismo anarquista al margen de cualquier compromiso con los sindicatos.

Perder el tiempo en reuniones, organizar a los trabajadores, no era lo suyo. Su discurso teórico marcaba siempre una distancia clara con el del obrerismo militante. Eran publicistas librepensadores. Nada que ver con los afiliados y dirigentes que cotizaban en los sindicatos de la CNT. Junto a Sender, había otros nombres ilustres: Felipe Alaiz, Isaac Puente, el ya veterano Federico Urales (padre de Federica Montseny) o Jacinto Toryho.

Todos ellos se mantuvieron en el anarquismo en esos turbulentos años de la República y de la guerra civil, y algunos, como el médico Isaac Puente, el principal divulgador del comunismo libertario, fueron cazados por la contrarrevolución asesina del verano de 1936. Ramón J. Sender abandonó a esos compañeros de lírica subversiva mucho antes.

A finales de 1932 ya estaba reflexionando sobre la necesidad de un cambio en las actitudes del anarquismo. Así se lo dijo el 16 de octubre de ese año en una carta que le escribió a su "compañero y amigo" Eusebio Garbo, veterano anarquista, delegado de la CNT en la Asociación Internacional de Trabajadores. Todo había cambiado con la llegada de la República, le decía al novelista aragonés. El Estado decretaba ahora leyes sociales y no sólo reprimía; promovía jurados mixtos "que sistemáticamente dan la razón al obrero". En fin, que no era el momento de soñar con el comunismo libertario, "con el cielo y los jardines de Mahoma". La solución estaba en otro lugar: en la acción política.

Dejó el grupo Espartaco. Se alejó de Solidaridad obrera, el periódico obrero más influyente del momento. Dijo adiós a los anarquistas de la "buena fe seudorrevolucionaria" y se ilusionó con el "carácter socializante" de la República. Hasta que tan sólo tres meses después de esa carta llegó la masacre de los campesinos de Casas Viejas a tiro limpio de los guardias del tristemente célebre capitán Rojas. Sender viajó a ese pequeño pueblo gaditano con otro ilustre publicista, Eduardo de Guzmán, y no se creyó la versión oficial. Relató sus impresiones en Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas, firmado en Madrid en febrero de 1933 y publicado un año después. En el ejemplar dedicado a su familia, escribió: "la primera gran decepción para los que creíais en la República".

También él había creído. Pero así de acelerada corría la historia en aquellos años, que no le dejaba a uno ni permanecer dos días con la misma idea. Y no era nada para lo que tenía que llegar: el asesinato de su mujer, Amparo Barayón, el de su hermano Manuel, el largo exilio,... el derrumbe del pequeño mundo que vivió Sender, Espartaco.

Julián Casanova
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza

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La novela va mucho más allá del papel propagandístico que ejercía como periodista. Es una novela de autorreflexión que refleja una instantánea muy matizada de la situación del movimiento libertario urbano hacia el año 1932. Incluso concibió su novela - a pesar de su trama ficticia - como recreación semi-documental de los acontecimientos de su presente. Así lo declama él en el prólogo:

Estoy convencido de que la novela moderna testimonial será mañana un documento vivo del mayor interés para los historiadores: Ni siquiera pretendo una realidad novelesca. Es una realidad simplemente humana, con lo estúpido y lo sublime.

Los diferentes capítulos muestran los puntos de vista de los protagonistas. Aparecen una serie de prototipos que dificultan algo intuir la posición del autor de forma directa. La trama y los medios de creación novelística – excelentemente elaborados - se supeditan según sus palabras a su cometido de presentar una instantánea de la situación del anarquismo urbano español. No quiero profundizar en el problema teórico hasta qué punto una novela que crea un mundo ficticio puede ser considerada una obra documental como pretende el autor, pero sí se podrá desprender de la actuación de sus figuras su posicionamiento frente a la violencia.

La trama de la novela sigue de forma muy libre las huelgas anarcosindicalistas de Madrid de mayo de 1932, ocurridas como respuesta a la muerte de tres de sus afiliados tras la intervención de la fuerza pública durante un mitin en el teatro Paraninfo de Madrid. Inmediatamente se organiza una huelga revolucionaria que durará siete días. La huelga acabará en rotundo fracaso. En la novela aparecen una serie de personajes que representan varios tipos de revolucionarios anarcosindicalistas. Ya sus nombres Espartaco, Progreso y Germinal muestran que se trata de prototipos de anarcosindicalistas ejemplares. Sus perfiles se amoldan a las diferentes tendencias imperantes desde el ala intransigente de la FAI hasta los llamados posibilistas que se articularían en el « Manifiesto de los Treinta » de Ángel Pestaña.

Dos personajes anarquistas, Villacampa y Samar, muestran actitudes muy diferentes frente a la violencia. Villacampa, el compañero sentimental de Starr, la hija de uno de los muertos, es un anarquista de a pie, impulsivo, radical y poco reflexivo. Obtiene su formación ideológica y visión del mundo exclusivamente de los medios de difusión anarquistas con sus amenazas y ataques a los enemigos supuestos del anarquismo. Poco o nada le interesan las elucubraciones y dudas que un intelectual pueda expresar frente a los contenidos ideológicos y la forma de actuar. Tampoco piensa en las consecuencias de sus actos y asimila sin la menor crítica las campañas de deshumanización del enemigo político: “Un burgués no es una persona, ni un animal. Es menos que todo. No es nada. ¿Cómo voy a sentir que muera un burgués yo, que salgo a matarlos? Su pistola se transforma en símbolo de virilidad y de su omnipotencia. “Con la pistola en la mano, los compañeros en la calle y la revolución en el Alma; somos como Dios o más que Dios”

En contraste a ese prototipo del anarquista de a pie con pocos escrúpulos el autor crea el personaje de Samar, la figura central de la obra. Es como Sender periodista y el único intelectual entre los anarquistas y eso causa problemas. Participa como sus correligionarios en actos de sabotaje pero su origen burgués y su intento de organizar mejor la lucha revolucionaria crea recelos frente a los cuales siempre se encuentra a la defensiva: “Samar no es anarquista” es uno de los comentarios críticos a los que debe enfrentarse. Convencido de la revolución, sin embargo, el mayor problema le crea la violencia gratuita perpetrada por los anarquistas que alcanza proporciones similares a la perpetrada por la fuerza pública. La superioridad moral que – en principio - nutre su ideología se baña de sangre en la lucha del día a día. La violencia contra personas, fruto de la deshumanización de los medios de propaganda de sus correligionarios le resulta en muchos casos difícil de defender. Ese sentimiento se intensifica cuando un policía – el enemigo declarado de los anarquistas como símbolo de represión del estado - es asesinado para obtener informaciones sin justificación alguna:

… ¿quiénes han matado al agente? ¿Dónde? - ¡Qué más da la persona y el lugar! Cómo se conoce que eres periodista. Todo lo quieres saber. Aquí está el croquis, que es lo principal. (…) Samar piensa – la cara es el espejo del alma.- que han matado el agente (…) y que el agente era un hombre como nosotros.

El adversario político se trasforma en un objeto, cuyo exterminio físico no suscita compasión alguna. Finalmente el anarquista comenta: “Para mí no era un hombre sino un instrumento mecánico al servicio de la injusticia.”
Sin embargo para su lealtad frente al movimiento anarquista estos acontecimientos no parecen tener consecuencias. Aunque se dé perfectamente cuenta de la disociación entre valores morales y la realidad revolucionaria no hay distanciamiento. Samar no es strictu sensu el alter ego de Sender pero expresa, sin duda, las inquietudes del autor.
La deshumanización y la disposición a perpetrar actos de violencia relegan los ideales ideológicos a un segundo plano. Los sabotajes se trasforman en explosiones de violencia que no se plantean la cuestión de las responsabilidades: “En Madrid, de momento no se preocupaban las multitudes sino de despertar de su herir o matar, se hería o mataba. Pero sin sentimentalismos “. El protagonista central – igual que Sender en esa época – se plantea el conflicto pero no lo resuelve. Sender muestra un anarquismo que lucha por sus ideales pero de forma cruel. Se lucha, se asesina y se muere tal como los enemigos declarados: las fuerzas represoras del Estado, Guardia civil y Guardia de asalto. El enemigo mítico en la lucha revolucionaria ya no sirve para ensalzar la supuesta autoridad moral de la lucha anarquista y eso crea problemas, en última instancia también para el autor.

Aunque Sender agitase contra el gobierno republicano a comienzos del año 1933 desvelando de forma polémica las matanzas de Casas Viejas y transformando en mártir anarquista a Seisdedos, uno de los sublevados, dentro del movimiento anarquista buscaba una mayoría para establecer una colaboración limitada con la República mostrando simpatías por el llamado Manifiesto de los treinta abanderado por Ángel Pestaña contra el movimiento intransigente de la FAI. Cuando el ala moderada pierde la batalla por el poder Sender se aleja del mundo libertario y se acerca al partido comunista que por su rígida estructura le parece dar más garantías para luchar de forma efectiva contra el fascismo alemán y para coordinar una revolución bien organizada: “Estaba fatigado por la esterilidad del movimiento libertario” declaraba o en otra ocasión comentaba amargamente “Los anarquistas aparecéis organizados para el fracaso.” Sin embargo no ingresó en el partido y aunque discrepase en la forma no renunció jamás a los ideales anarquistas (descentralización del estado, lucha por los más desfavorecidos, protección de las minorías, igualdad de la mujer).

Durante la guerra civil vive una tragedia personal en la que pierde a su mujer que es fusilada en Badajoz en octubre de 1936 por los llamados nacionales cuando pedía un pasaporte para pasar la frontera a Portugal. Su hermano, alcalde de Huesca corre la misma suerte. Sender se alista en las filas republicanas y por su experiencia militar en la guerra de Marruecos ocupa posiciones de alto rango. En 1938 finalmente por razones poco claras aparecen conflictos especialmente con los comunistas y decide emprender el camino hacia el exilio mexicano.

Extraído de "RJ Sender y la violencia: claves de distanciamiento progresivo en su obra literaria de los años 30" - Víctor Sevillano Canicio - University of Windsor
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SIETE DOMINGOS ROJOS ha sido reeditada por LARUMBE BIBLIOTECA DE CULTURA ARAGONESA
AUTOR: Sender, Ramón José & Oltra Tomás, José Miguel & Lough, Francis & Dueñas, José DomingoISBN: 8481271276

Larumbe Biblioteca de Cultura Aragonesa

www.logi-libros.com/TEMA: Literatura


    Siete domingos rojos (1932) es una las primeras novelas de Ramón J. Sender (1901-1982) y también una de las más vigorosas de su extensa producción. Con abundantes dosis de reportaje, con no pocos ingredientes extraídos de su propia circunstancia personal, el autor traza las líneas maestras del anarquismo español en el periodo republicano. Samar, el protagonista, recuerda al propio Sender tanto por la pasión con que se inmiscuye en las luchas sociales de su tiempo como por el afán reflexivo mediante el que pretende distanciarse del torbellino de la historia para entenderlo mejor. Conviene recordar que hasta ahora no se había reeditado la primera versión de la obra. En los años setenta, fue publicada en varias ocasiones pero siempre con importantes modificaciones con respecto al texto original, como bien pone en evidencia la presente edición crítica.



- Edición, notas y aparato crítico de: Jose Miguel Oltra Tomás

- Introducción de: Francis Lough

- Coordinación de: José Domingo Dueñas Lorente

www.logi-libros.com

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Siete domingos rojosde Ramón J. Sender por Virus Editorial

Siete domingos rojos narra el desarrollo de una huelga ge­neral convocada como protesta por la muerte de tres obreros en un altercado contra la policía, que intentaba suspender un mitin anarcosindicalista. El significado del título es evidente: siete no son sólo los días de una semana, es el número mágico y bíblico; en domingo no se trabaja, hay una tarea extraordinaria, la creación del mundo nuevo revolucionario; rojos por la violencia, la muerte y la generosidad de la entrega. Durante una semana la vida cotidiana de Madrid se ve colapsada y alterada por los disturbios y la repre­sión; el tiroteo que enfrenta a los revolucionarios con policía, esquiroles y confidentes es constante. A la sombra de las balas, se organiza el entramado de las relaciones amorosas y de compañerismo entre los cuatro protagonistas [...].


>VIRUS

>2005

>390 paginas.

>19 euros

>ISBN 84-96044-54-8

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